Colectiveros al diván por Verónica Dema

Nota publicada el 15 de julio de 2015 en el periódico “La Nación” todos los derechos reservados al periódico y autora de la misma (Twitter de la autora clic aqui).

Colectiveros al diván: hiper estresados, pero con miedo a pedir ayuda

La mitad de los choferes tiene somnolencia diurna y seis de cada diez duermen mal, según un informe; muchos temen quedar como “vagos” o “perder la masculinidad” ante sus compañeros si piden hacer terapia

La psiquiatra Elsa Wolfberg escucha en su consultorio: “Me siento cada vez peor; nervioso, harto de la gente, sube cada uno..Los pasajeros también están nerviosos. Hay ladrones en el colectivo, cada tanto se arma cuando alguno se apiola que le quieren sacar la billetera. Engordé unos cuantos kilos; vuelvo fundido a casa, apenas me da para sentarme con los chicos a comer. No reacciono bien. Mi mujer me lo dice”.

Sin develar la identidad del paciente por ética profesional, la psicoanalista rescata este relato de un colectivero de la Capital como uno de los que recibe cada vez que algún chofer se decide a vencer los prejuicios y hacer terapia. Según Wolfberg, la tarea de quienes conducen un transporte público los expone a un trabajo de fuerte carga emocional.

“Está signado por el estrés crónico por varias razones: los horarios, que en muchos casos son muy exigentes; la inseguridad; el destrato de los pasajeros; la falta de recreos, porque 15 minutos no alcanzan para reponerse de un trayecto”, enumera. “Manejar con malestar facilita distracciones si no se descansa y no se controla la ansiedad, que es un elemento serio de perturbación.”

Hace unos años, el gremio Unión Tranviarios Automotor (UTA) solicitó una investigación para conocer el estado de salud de los colectiveros urbanos. Investigadores del Conicet y de la Universidad Austral encuestaron y estudiaron a más de 1000 choferes de la Capital.

Se concluyó que tienen un precario estado de salud: la mitad de los choferes tiene somnolencia diurna y seis de cada diez duermen mal; más de la mitad dijo que tenía, en forma usual, sensaciones de cansancio físico y mental. Surgió también que, a partir de las cinco horas de trabajo, el tiempo medio de reacción ante una alerta aumenta, lo que facilita accidentes. La mayoría de los choferes dijo que cumplir sus horarios “implica conducir en forma insegura” (85%) o “sin cumplir las reglas de tránsito” (88%).

La psiquiatra Lía Ricón también suele recibir consultas de pacientes colectiveros. “Las consultas más frecuentes se refieren a insomnio, ansiedad, falta de tolerancia con la familia y estados depresivos crónicos”, enumera. Y agrega: “La reticencia al tratamiento puede estar relacionada con el costo de una psicoterapia”.

El alcoholismo es, para muchos, el “remedio casero” para aliviar el estrés, según el médico y psicoanalista Harry Campos Cervera. También lo es el cigarrillo: la mitad de los 1000 colectiveros encuestados fuma un promedio de 17 cigarrillos por día.

Barrancas de Belgrano es terminal de varias líneas de colectivo. Cada uno de los choferes que llegan de su recorrido estaciona y se baja unos minutos a estirar las piernas. Ese ómnibus vacío es un resumen del día, un respiro. Entonces, da cuenta de sus tiempos en la terminal y, en función de esto, se le calcula el período de descanso. Allí aprovecha a conversar con sus colegas, fumar un cigarrillo o tomar un mate.

Ellos se muestran amables, aunque no muy dispuestos a conversar sobre psicólogos y psiquiatras. Algunas bromas después ya se anima uno: “Para poder andar en la calle habría que ir al psicólogo. Es cierto. Se te cruzan las bicis, las motitos. No se puede andar, te vuelven loco”. Ante la pregunta sobre si fue alguna a vez a terapia, comenta: “No, no… si vas quedás marcado. O no volvés. Un compañero que teníamos pidió de ir, lo mandaron, pero no volvió más. Había tenido un accidente contra una moto, creo que mató a un tipo”.

Y se suma otro que acaba de terminar su ronda. “La UTA no te quiere pagar nada, qué psicólogo. Sería ideal. En nuestra línea por lo menos pedimos que no nos presionen con la hora. Cumplimos la frecuencia como podemos, pero la doble mano de Santa Fe, más los cortes, no te deja llegar.” Los demás asienten. Quejarse entre viaje y viaje es una especie de catarsis grupal.

Ariel fue empleado durante diez años en la empresa Ecotrans. Era inspector, conoce de cerca las angustias de los choferes. “Me hablaban del estrés laboral, por todo el tráfico de la calle, los cortos horarios que les daba la empresa y porque tienen que andar renegando con pasajeros”, dice. Y agrega otro motivo de controversia emocional: “Hay quienes tienen familia y también una doble vida que no saben cómo manejar. No es extraño en el rubro. Y el psicólogo los ayudaría a encarrilar sus vidas”.

Según Ariel, se suman algunos otros casos estresantes, como que el colectivo no funcione bien o que la empresa no les dé los francos que quieren. “Son muy pocas las empresas que brindan apoyo psicológico a sus empleados; en su mayoría tienen un área de recursos humanos muy pobre, que no puede contener inconvenientes básicos de los empleados. La única posibilidad de acceder a algún tipo de ayuda ante el estrés es yendo a la ART, que te hace la derivación psicológica”, algo que no es frecuente en el rubro.

En la UTA se excusan de responder sobre este tema, que “no conocen”. Y en la obra social del sindicato tampoco quisieron hablar del tema. Los choferes sí confesaron que necesitan ir al diván.

El miedo al qué dirán

Vencer el prejuicio de ir a terapia parece el primer paso para reducir el estrés, el mal que comparte la mayoría de quienes conducen un transporte público en la gran ciudad. Sin embargo, no es tarea fácil desandar el histórico camino del colectivero: un perfil de hombre rudo y que todo lo puede.

Un inspector de una empresa de transporte de la zona oeste asegura: “Muchos compañeros sienten que si van al psicólogo pierden una cuestión de macho, que los pone como alguien débil que no se banca el trabajo”.

Otro de los colectiveros consultados se asombra ante la pregunta sobre los colegas que se psicoanalizan: “Es rarísimo ir al psicólogo. Ir es sinónimo de vagancia”. El término “vagancia” surge tres o cuatro veces en los minutos que dura la charla de LA NACION con los choferes.

“Los que piden ir a terapia son los vagos, los que quieren licencia porque no les gusta laburar”, agrega el entrevistado. Y explica que si alguien necesita atención “por una urgencia”, como por ejemplo si se le muere un hijo o si tiene un accidente y muere alguien, es preferible que vea a un profesional por su cuenta y que en la empresa no se enteren. “Está mal visto”, asegura.

Los especialistas consultados coinciden en que, lejos de ser un signo de debilidad, ir a terapia es una muestra de fortaleza. También puede ser una salida para reducir la carga de problemas cotidianos el hecho de participar de algún espacio que les permita intercambiar entre pares.

Hay una realidad: conversar es parte de la medicina. Y ellos parecen necesitarla. Basta verlos en cada semáforo en el que coinciden con otro colega. Se ponen a la par y abren las puertas para dialogar entre ellos, o lo hacen a través de las ventanillas. “En la calle Viamonte, a la altura de la escuela, si te agarra a las cinco de la tarde te demorás media hora. Yo tendría que llegar a las seis y mirá por dónde estoy”, alza la voz uno de los choferes para hacerse oír desde el otro colectivo. Enseguida, se prende la luz verde. Es la despedida. Saluda y acelera antes de que algún pasajero se impaciente más de la cuenta.

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